Quizá fuera de noche:
se te abrieron los ojos de mochuelo,
apartaron la noche de mi rostro
y a tu antojo abrazaste
mi cuerpo con tus alas.
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Y ya, sin darnos cuenta,
todo volaba, sí, todo volaba;
todo flotaba alrededor del nido
y una mano divina nos mecía.
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Quizá fuera de noche,
porque sólo se oían nuestras lenguas
hablando un mismo idioma;
Y en el aprendizaje de los cuerpos,
mientras tu descubrías mis contornos
yo dejaba caer mis caracolas
por el papel en blanco de tu sexo.
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Y ya, sin darnos cuenta,
todo era nuestro, sí, todo era mío,
todo era tuyo dentro de tu abrazo
y una mano divina nos tapaba.
Me duele ver un poema tan bueno como este sin comentarios.
ResponderEliminarEnhorabuena por este "elogio de la levedad" que nos regalas.
Un abrazo.
Esteban
Muchas gracias :)
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